sábado, 14 de octubre de 2017

Mi amigo japonés

Lo conocí en un hostel en Santa Marta. Tenía el pelo lacio muy  largo y la piel tostada. Se vestía medio hippie, se despertaba temprano, desayunaba copiosamente y hacía ejercicios de elongación todas las mañanas.Hablaba poco y agradecía con las palmas juntas, a la altura del pecho, inclinándose, pensé que debía tener mucha sabiduría, me gustaba. Le pregunté si quería ir a acampar conmigo a Palomino, pero prefirió ir a pasar una semana con otro japonés a Tanganga. Después me enteré que se la pasaron tomando merca.

En Palomino acampé en la playa y temprano, cuando todavía no había nadie, bajé por el río hasta el mar acostada en un gomón.

Nos volvimos a encontrar en Medellín. Salimos a pasear con otro turista, también japonés. Este era monje budista por herencia familiar. Trabajaba en un templo y ganaba muy bien. Mi amigo me invitó a cenar a un restaurant, charlamos y no pasó nada.

Después nos encontramos en Salento. Ahí nos quedamos como una semana. Fuimos a hacer una caminata al Valle del Cocora. A los dos nos encantaba la película, me dijo que si alguna vez conocía a una chica como Nausicaä se querría casar con ella. Dormíamos solos en una habitación con tres camas. Todavía me gustaba, pero no pasaba nada.

Después llegó Moritz, un amigo alemán que habíamos conocido en Santa Marta. Los tres desayunábamos, almorzábamos y cenábamos juntos. Una noche fuimos a jugar al billar. Yo charlaba con los jugadores de otra mesa, iba y venía, tomaba whisky, jugaba mal. Moritz se puso de buen humor porque ganó.

Un día mi amigo se empezó a sentir descompuesto. No quería tomar ningún remedio y se quedó en el hostel. Con Moritz fuimos a recorrer dos fincas cafeteras. Otro día fuimos a andar en bici. Los dos estaban de acuerdo en que tener sexo con una chica que les gustaba tenía que ser una conquista, un premio.

No estaba segura. Le dije a mi amigo que quería viajar con él. En Ipiales seguía sintiéndose mal, no quería salir de la cama y aceptó tomar Apasmo. Le recomendé que dejara de comer cosas fritas. Cruzamos la frontera y fuimos a Quito. En Quito llovía y hacía frío. Una tarde nos la pasamos buscando dónde comer cheescake. Otra me acompañó a comprar una campera impermeable. Otra visitamos una Iglesia altísima que me daba vértigo.

Mi amigo hacía ruido cuando comía, no hablaba casi nada de español y muy mal inglés. Le dije que iba a hacer un trekking de tres días hasta un volcán. Quería venir conmigo pero al final decidió que no por el clima, que después nos veíamos en Baños, en las aguas calientes, donde iba a relajarse. Me pidió que le deje de regalo el frasquito de Apasmo. Agradecí que no quisiera mojarse ni pasar frío, agradecí al mal tiempo.

Me fui de Quito e hice el trekking con una pareja de canadienses, una yanqui y un inglés. El último día me mojé mucho, pasé frío y me agarré anginas. Cuando llegué a Baños mi amigo ya se había ido. Me escribió que quería verme, que podíamos encontrarnos en Huaraz.





Con Hiro en el Valle del Cocora, Colombia.





               

domingo, 8 de octubre de 2017

Por qué me llamo Julieta Inés



Me llamo Julieta por mi abuela Tany. Murió de cáncer cuando yo tenía quince y estaba conociendo el amor. Mi abuela era mi compañera. Me enseñó a hacer pesebres miniaturas de cerámica que se los vendía a sus amigas y después me daba la plata. Una vez me decoloró un mechón de pelo en la cocina. Esa vez me dijo que antes de casarme tuviese muchos novios. Mi abuela murió en los brazos de mi papá, intentó salvarla haciéndole reanimación cardiopulmonar. Yo no estaba ahí, eso lo conto él.

                           

Me llamo Inés por mi tía abuela, ella murió cuando yo tenía más o menos veinticinco. Entraron a robarle y la mataron a golpes. Salió en los diarios, en la tele. Cuando me lo contó, mi abuelo no lloró, ni tembló, ni se puso tenso. Justo después de la muerte de mi abuela lo llevamos de vacaciones con nosotros. En la habitación de arriba dormíamos con mis hermanas. Abajo dormía él solo. Todas las noches lo escuchaba llorar. Ahora mi abuelo se acuerda algunas cosas como él quiere. Habla de lo generoso que era con mi abuela. Y de cuánto la acompañó en su enfermedad.



Otra vez casi se muere mi mamá. Tuvo un derrame cerebral, perdió la memoria, la llevamos al hospital, recuperó la memoria, le dieron el alta. De vuelta en casa escuchamos el golpe de la caída desde el living, corrimos con mi viejo hasta la habitación. Mamá estaba convulsionando y de repente su cuerpo quedó duro. Vi en mi viejo la cara de espanto. Leí la muerte de mi vieja en su rostro. Esta vez pudo salvarla. Puso la vicera de una gorra entre sus dientes, corrió su cabeza hacia un costado y mi mamá volvió a respirar.



Creo que una sola vez estuve cerca de morir. Estábamos en una ruta en Brasil. Llovía tanto que tuvimos que estacionar en la banquina. Un camión que perdió el control casi nos choca, me acuerdo viéndolo venir directo hacia mí y esquivarnos a tiempo.



Durante mucho tiempo tuve miedo al cáncer. Cualquier dolor que venía de adentro ya pensaba que podía ser un tumor. Me llamo como mi abuela. Además me decían que mi cuerpo era igual a la de ella. El pelo enrulado también. Los ojos un poco verdes. Mi abuela estuvo enferma tres veces de cáncer. Uno fue de mamas. Le extirparon una. Me acuerdo cuando me mostró su pecho, el espacio vacío, la cicatriz. A mi abuela le faltaba una teta y a mi abuelo una pierna. Mi abuelo la perdió cuando andando en moto lo chocó un camión. En ese entonces estaban de novios. Le dijo que si ella no quería seguir junto a él, que la entendía. Mi abuela se casó y tuvieron cuatro hijos, tres hombres y una mujer. Me pregunto cómo habrá sido tener sexo con un hombre sin una pierna. Y si mi abuelo habrá tenido sexo con mi abuela cuando ya no tenía su teta.



Hace poco soñé que estábamos en un jardín con mis hermanas. En un árbol grande y viejo, bien arriba y ocultas a la vista, había unas naranjas radiantes. La rama que conducía/llevaba a esas naranjas era gruesa, intrincada, y trepar hasta ella demasiado arriesgado. Con mis hermanas nos las ingeniamos para hacer caer algunos frutos. En el piso, la piel de las naranjas no parecía tensa, pensamos que estaban secas. Agarré una y la abrí al medio. Por dentro estaba carnosa, jugosa y dulce. 




Instrucciones para viajar sobre el lomo de un puma



Este texto lo escribí hace muchos años, cuando investigaba sobre los animales del pastizal pampeano y leía además “El naturalista en el Plata” de Hudson. Todavía me interesa. A Álvaro le gustó y a Cande también, pero dice que le falta algo. No sé muy bien qué puede ser, tengo que pensarlo. Si se les ocurre, genial, alguna sugerencia, todo es bienvenido. Pueden decirme lo que sea. Mi idea era que sean sólo instrucciones, que lo demás, lo que podría venir después, quede librado a la imaginación del lector. También me gustaría que esté acompañado de ilustraciones, al menos una.



Instrucciones para viajar sobre el lomo de un puma

No te muevas y miralo fijo a los ojos. Esperá que se acerque un poco.


Arrojale un ovillo de lana y dejalo jugar hasta que se canse.


Mientras, sentada, criticá al yaguareté, maldecilo. Decí cosas como “Este quién se cree, ¿el dueño del monte? Si no sabe ni correr”.


Al caer agotado, acomódate a su lado y acariciale la cabeza, el lomo.  


Entonces, ahí, sin vacilar, sacá rápido el cuchillo y fingí que lo vas a degollar.


Al sentir su cuerpo temblando, y cuando empiece a llorar, limpiale las lágrimas con los dedos y susurrale al oído una canción suave, como de arroyo.


Abrazalo fuerte, sostenido.


Cuando se ponga de pie, agarrate de la nuca con una mano y pegando un salto subite al lomo.


Agachada decile a dónde querés ir.


Entonces, atravesando la llanura, nadando por ríos y lagos, saltando de piedra en piedra, de rama en rama, te va a llevar a donde le pidas.





Advertencia: no pruebes las lágrimas.